El Origen de la Substancia Importará la Importancia del Origen

A veces olvidamos que el surrealismo fue en su origen una reacción vital, la respuesta metabólica de una microcomunidad frente a la crisis de conciencia que dominó Occidente tras la Primera Guerra Mundial. En la actualidad las crisis de la conciencia se ramifican de modo tal -variables hasta el infinito, simuladas y performeadas con rigor implacable- que la capacidad del arte para generar reacciones ante ellas parece haberse convertido en una ciencia arcana. La ética DIY y la semiótica humorística de Mónica Heller se ubican de alguna manera en las antípodas del entorno explícito y vigilado de la Bienal de Venecia y, quizá por eso mismo, resulten más afines a aquel saber esotérico que alguna vez supo llamarse arte. Entonces, antes que como tópico armonizador, el surrealismo en Heller funciona como aproximación críticamente tierna al hecho mismo de existir.

En El origen de la substancia importará la importancia del origen, la artista organiza un ambiente singular que podría ser tanto un libro para niños como un panteón. Distribuidas por todo el Pabellón Argentino, pantallas y proyecciones albergan una amplia gama de retratos digitales animados: una galería de individuos -tanto humanos como no humanos- que habitan anécdotas cíclicas y absurdas; personajes extrañamente dignificados por la nube de sátira que los envuelve. La forma en que Heller construye el mundo, enfocada de manera ocasional en los detalles más espurios, implica existencias mayores y menores, organismos oficinescos autosuficientes y exuberantes sermones -geopolíticamente blasfemos- que son recitados por palomas y redactados con la asistencia de diversas redes neuronales. Junto a sus obras de animación presentará una novela visual inédita realizada en colaboración con varias y varios de los artistas y escritores más notables de la actualidad argentina. El libro, que completa y revisa las particularidades del universo narrativo desplegado en la exhibición, fue bautizado como “Sed de éxito”.

Protagonista central de los debates en torno al amateurismo y lo naif como antídotos cognitivos contra la sensibilidad aspiracional del arte argentino, producido en un contexto de capitalismo periférico, Heller moldea el software a la fuerza, impregnando los polígonos con su lirismo desacatado y corrosivo. El tipo de imagen digital de la que se vale tiene una naturaleza ubicua, ya que su complexión maleable y tersa es patrimonio no solo del entretenimiento de masas -largometrajes de animación, videojuegos- sino que también puede encontrarse en las librerías gratuitas de modelos 3D, en la ingeniería arquitectónica, en el diseño de medios, industrial y de indumentaria, etc. Entonces, como un reflejo invertido de la torsión a través de la cual lo underground es subsumido por el mainstream, Heller negocia con la tecnología imaginal dominante solo para someterla a un desguace artesanal. Se hace eco de la estética cultural apenas lo suficiente como para intentar rehabilitarla.

Como El origen de la substancia importará la importancia del origen funciona siguiendo la “libre exuberancia del tiempo” propia del surrealismo, se pueden encontrar rastros de la videoinstalación de Mónica Heller en los maravillosos escritos de Huntly Carter sobre cine y dibujos animados, de principios del siglo XX; algo de su lógica interna también se vislumbra en Raymond Roussel o en Leónidas Lamborghini; sus colores, su exceso y su monería críptica quizás existan también en Sally Cruikshank, Terry Riley o Yuichi Yokoyama. Pero el cadáver de la fábula, ya purgado de toda víscera moral, se acerca en esta exposición al profuso vocabulario de los sueños más que a ninguna otra cosa.

Alejo Ponce de León